“La libertad no es un estado, sino un proceso; sólo el que sabe es libre, y más libre el que más sabe. Sólo la cultura da libertad” (Miguel de Unamuno)
Viví la primavera de 2007 en los campamentos de refugiados saharauis, entre otros muchos encuentros, antes y después, de menor duración. Visité muchas jaimas, y mantuve muchas y largas conversaciones con sus moradores, mujeres y hombres. Ellos, todos excombatientes en dos conflictos bélicos, primero contra las fuerzas coloniales españolas, entre 1969 y 1975, y enseguida, frentes a los ejércitos invasores y ocupantes marroquíes, de 1976 a 1991. Todos mis interlocutores tenían recuerdos en sus cuerpos de aquellos enfrentamientos en forma de cicatrices, y en sus espíritus aún supuraban las heridas.
Por hablar de uno de ellos, de Abdelahe Mohamed Bel-Lau supe, en su jaima de la wilaya Smara. que en su cuerpo 14 cicatrices constituían el relato de sus sufrimientos guerrilleros. Se hizo la noche y, mientras hablaba, entró en la jaima un niño de poco más -¿o menos?- tres años. Era uno de sus nietos, el más pequeño, dijo. El niño recostó su cabecita sobre el muslo del abuelo, cubierto por la darráa, y se quedó dormido, si es que no había llegado dormido ya. Abdelahe calló por unos momentos, y liberó su darráa del peso de aquel cuerpecito, y con ella cubrió por entero al niño, que siguió dormido amorosamente arropado, seguramente sobre alguna de las 14 cicatrices. En silencio, pensé que aquel sueño inocente debía de ser el más dulce bálsamo para unas heridas, cerradas en el cuerpo y abiertas en la memoria.