Nunca hubo paz en los reinos del dios del Sinaí, el colérico que ordenó a Moisés que estampara las tablas de la ley contra las cabezas de la grey irredenta. Nunca hubo paz, a menos que llamemos así a la fachada de elcorteinglés o a las innumerables bombillas del alcalde de Vigo al borde de la histeria lumínica. Nunca hubo paz, ni con el dios del antiguo testamento ni con sus sucesivos avatares históricos, a los que adoramos aquí y allá en esta parte del planeta. Este año, unos misiles de clase tomahawk lanzados desde un crucero de guerra surto en el golfo de Guinea han impactado a dos mil kilómetros al norte en lugares indeterminados con efectos desconocidos.
Nada más se sabe del ataque, ni su objetivo material, ni su eficiencia destructiva ni las causas reales del disparo, excepto lo que ha proclamado su autor, el emperador de occidente, que eran para vengar a los cristianos de la vesania de los musulmanes. El misil tomahawk es la estrella de belén. Los progres sabihondos se han apresurado a deconstruir esta prédica. En Nigeria, lugar de los hechos, la población es musulmana y cristiana por mitad y no hay persecución religiosa, si bien una parte del país es ingobernable y en ella se cruzan intereses económicos y políticos locales e internacionales y bandas criminales o terroristas, para usar el término canónico, campan a sus anchas. El gobierno nigeriano ha tenido que aceptar la bravuconada del emperador senil y ha reconocido que el ataque se ha producido con su concurso, lo que no añade más luz al incidente. Los progres se empeñan en descubrir la verdad empírica sin querer percatarse de que la verdad es una agregación de leyendas que envuelven el vacío como la piel de la cebolla.